martes, 22 de marzo de 2011

Acabo de llegar y no soy un extraño




Cada lugar es lo que la gente hace de él. Eso es lo que hace que un mapa sea justa y solamente una referencia, letra muerta: puedes verlo cuantas veces quieras y sólo podrás saber cómo llegar, pero no lograrás saber en verdad lo que hay allí.


Estoy sentado en un banquito en la Plaza de la Sagrada Familia, con esa curiosa sensación de no ser un turista más. Han pasado seis meses de mi llegada a Barcelona, seis meses que siento como un suspiro, los suficientes como para no sentirme ni tan turista ni tan catalán. Pieles y acentos de cada rincón del planeta pululan a mi alrededor, luciendo atuendos y tecnologías tan diversas como sus procedencias, elevando la mirada hacia el monumento inconcluso que es además monumento a la inconclusión.


A mi lado llega a sentarse una madre de gafas polarizadas y abrigo oscuro, con bolsa del supermercado cercano, en pugna verbal para que su hijo y su perro -ambos en un alta de energía- no molesten con sus carreras a la gente que está tomando fotos por ahí. 


Delante mío, en un asiento similar, un hombre que no pasa de los veinticinco despierta de su sueño. Su piel es clara pero está sucia, al igual que su cabello, largo y (des)peinado con dreads. Son las cuatro y veinte, pero el día recién comienza para este flaco de aspecto escandinavo y con ojos que gritan que la última dosis de lo que sea que se puso le ha pegado fuerte. Su ropa está en andrajos, sus pertenencias no son más que una mochila pequeña y una esterilla; su olor, detectable a metros de él, delata que hace rato que no ha estado en un baño ni su ropa ha pasado por agua. 


En ese momento, unos hombres ya entrados en años y de aspecto algo estrafalario, se sientan en el extremo opuesto de "su" asiento, mientras conversan. Él los mira como se mira a quien ha entrado a tu casa sin permiso. Los recién llegados balbucean un par de palabras en inglés que el joven no responde. Por toda reacción, toma su mochila y su esterilla y comienza a caminar, a tumbos, hacia Carrer de Mallorca, asustando a su paso a un par de turistas que han tomado posiciones en el parque para lograr una mejor perspectiva de la Sagrada Familia. Los hombres lo ven alejarse con pena y comienzan a reflexionar acerca de la juventud y el futuro de este país.
- E que tu te va a Inglaterra y ahí e otra cosa. Llegas y te dan ochociento euro cada mes hasta que encuentres trabajo, coño. A ete paí se lo etan comiendo lo moro y lo gitano, tío. Un ajco, te digo, una mierda.
Luego de este profundo análisis socioeconómico de la realidad española,  comienzan a hacer planes para lo que parece ser un conjunto musical, del cual ambos serán partícipes y accionistas, determinando que les falta sólo un trompetista al que darán una participación del veinte por ciento de las ganancias.


En pocos minutos y en pocos metros, el parque de la Sagrada Familia se ha convertido en paradero turístico, descanso de madre, dormitorio de un guiri y punto de arranque autónomo/artístico. 


Trata de meter todo eso en un Google Street View, si puedes.


Ahora que lo pienso, sí soy un extraño. Uno más, nada más. 







1 comentario:

  1. Linda postal, Martín... me remueve muchas experiencias y recuerdos.
    Un abrazo,
    Ana Rosa

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